La formación del psicólogo/a desde una perspectiva ético-crítica fundamentada en la Neurociencia

En la pasada sesión del sábado 4 de marzo de 2017, y que trató sobre Neurociencia y Psicoanálisis, se mencionó como material de interés la ponencia de uno de nuestros compañeros del Colectivo, José Domínguez. Aprovechamos para publicar dicha conferencia por si resulta de interés a cualquier persona interesada en el tema.

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La formación del psicólogo/a desde una perspectiva ético-crítica fundamentada en la Neurociencia

Ponente: José Domínguez Rodríguez.

VIII Congreso Estatal de Estudiantes de Psicología

Málaga: 24, 25 y 26 de Abril de 2013.

 

Buenos días a todas y todos.

Queridos amigos y amigas:

Para mí es un placer y un honor estar con vosotros. Agradezco de todo corazón a los organizadores de este VIII Congreso Estatal de Estudiantes de Psicología que me hayáis invitado como ponente          . Habéis hecho una apuesta arriesgada, invitando como ponente a un viejo profesor de filosofía, a punto de cumplir 81 años, para que os hable de neurociencias, prescindiendo de los muchos especialistas competentes en la materia que hay en las Universidades españolas. Esa apuesta merece que os repita: “¡Muchas gracias de todo corazón!”.

El título de la ponencia da para un Congreso entero. Pero sólo disponemos de cuarenta o cincuenta minutos. En la preparación de la ponencia, me he esforzado por estar a la altura de vuestras expectativas. Pero, si no llego, espero que me consideréis como uno de vosotros, como un estudiante de psicología que aspira a ser éticamente responsable. Más que profundizar en un aspecto concreto, me pareció que podía seros útil una visión panorámica como frontispicio del Congreso. Confío haber acertado. Por eso, he desarrollado brevemente por escrito el siguiente esquema, del que sólo comentaré ahora algunos aspectos más relevantes.

1.- La matriz científica de las neurociencias en el siglo XX.

2.- La Neurocultura: un futuro cargado de posibilidades, de promesas y de esperanzas.

3.- La transformación de la Psicología por las neurociencias.

4.- La formación (autopoiésis) del psicólogo/a como ser humano.

5.- La formación del Psicólogo/a como profesional competente: la profesión del psicólogo/a y sus dimensiones relevantes

 

1.-La matriz científica de las neurociencias en el siglo XX.

                En la segunda mitad del siglo XX, hemos asistido a un desarrollo espectacular de la biología molecular, especialmente en los campos de la genética y de la neuro-endocrino-inmunología. Ese desarrollo ha contribuido, junto con otras ciencias, a una nueva visión de la filogénesis del Homo Sapiens Sapiens  y de su prodigioso cerebro, y de la ontogénesis del individuo humano y de su cerebro singular e irrepetible. Simultáneamente, las ciencias cognitivas también han experimentado un extraordinario desarrollo, reconociendo al cerebro humano como el supremo procesador biológico de información, como el creador del conocimiento y de la sabiduría y como el motor de las actividades y conductas humanas.

En el proceso de influencias recíprocas y transdisciplinares entre las ciencias mencionadas se han configurado dos paradigmas científicos referenciales, que han transfigurado todas las ciencias antropológicas y artísticas llamadas también “humanidades” en “neurociencias” y como tales se han reintegrado al campo de las ciencias experimentales tradicionales: físicas, químicas y biológicas. Así han regresado de nuevo al ideal de la unidad primitiva de la ciencia, cuando los filósofos eran considerados como  “fisiólogos”, es decir, investigadores de la “physis”  o “natura” que abarcaba la totalidad del universo. A lo largo de la historia, se fueron desgajando de la filosofía, la teología, la física, la química y la biología y más recientemente el resto de las ciencias hasta la disolución de la filosofía en el conjunto de las ciencias intentada por el neopositivismo lógico del Círculo de Viena. Pero hoy, hemos entrado en una nueva etapa que podemos calificar de “Neurocultura” (Mora, F. 2005).

Los dos paradigmas científicos referenciales de las actuales ciencias convertidas en “neurociencias”, de acuerdo con las propuestas de Edgar Morín (El Método 3, 2006), las podemos esquematizar del siguiente modo:

 

filogenesis-ontogenesis

2.- La “Neurocultura: un futuro cargado de posibilidades, de promesas y de esperanzas.

                La “neurocultura” es una cultura basada en las neurociencias, es decir, elaborada con las aportaciones de las neurociencias. La Neurocultura nos aporta una nueva comprensión del ser humano como individuo psicofísico singular e irrepetible y como ser social, comunitario y político, de la filogénesis evolutiva de la especie humana y de la ontogénesis evolutiva de los individuos humanos.

La “neurocultura” abarca diferentes tipos de neurociencias: a) las neurociencias básicas: neuroanatomía, neurohistología, neurofisiología, neuro-endocrino-inmunología; b) neurociencias humanísticas y antropológicas: neurofilosofía, neuroteología, neuroestética, neuroarte (literatura, pintura, arquitectura, música, danza, etc.), Neuroética, Neuropolítica, neuroderecho, neuroeconomía, neurosociología, neuropsicología, neuropedagogía; c) una nueva comprensión de la construcción neurocerebral de las ciencias experimentales tradicionales: físicas, químicas y biológicas; d) la nueva comprensión de la construcción neurocerebral de las ciencias formales: lógica y matemática. Es la nueva comprensión del ser humano, del mundo físico-natural, del mundo socio-cultural y del mundo lingüístico-simbólico o semiótico inaugurada por las neurociencias parece el inicio de una revolución cultural, de un salto cultural cualitativo.

La neuroanatomía estudia los tres subsistemas que componen el sistema nervioso – el cerebro, el sistema nervioso central y el sistema nervioso periférico – y su estructura, es decir, la red de relaciones entre los tres subsistemas y entre los componentes de cada subsistema.

La neurohistología estudia los tejidos orgánicos del cerebro, del sistema nervioso central y del sistema nervioso periférico: los diferentes tipos de células y su ensamblaje.

La neurofisiología estudia el funcionamiento de los diferentes órganos del cerebro y del sistema nervioso: hemisferios, sistemas, áreas, glándulas.

La neuro-endocrino-inmunología es una ciencia transdisciplinar que surge de la convergencia de tres disciplinas autónomas: la neurología, la endocrinología y la inmunología que estudiaban, respectivamente las actividades del sistema nervioso, del sistema endocrino y del sistema inmunológico.

La neurología estudiaba el sistema nervioso compuesto por el cerebro y las redes de neuronas a través de todo el cuerpo como la sede del conocimiento, del pensamiento, de la emoción y de la acción. La endocrinología estudiaba el sistema endocrino compuesto por una serie de glándulas cerebrales y corporales interrelacionadas y coordinadas por la hipófisis que segregan hormonas como el sistema regulador del cuerpo, que controla e integra las diversas funciones corporales. La inmunología estudiaba el sistema inmunológico, compuesto por el bazo, la médula ósea, los ganglios linfáticos y las células inmunológicas que circulan por el cuerpo como el sistema        defensivo del cuerpo responsable de la integridad y de los mecanismos de curación de las heridas y de la restauración de los tejidos.

A mediados de los ochenta, la neurocientífica Candace Pert  y sus colegas del Instituto de Salud Mental de Maryland identificaron un grupo de macromoléculas llamadas péptidos: compuestos nitrogenados formados por la concatenación de dos o más aminoácidos con enlaces caracterizados por la presencia del grupo CONH.

La familia de los péptidos, compuesta por sesenta o setenta macromoléculas, estudiados en diferentes contextos habían recibido nombres diversos: hormonas, neurotransmisores, endorfinas, factores de crecimiento, etc. Candace Pert y su equipo descubrieron que se trataba de una misma familia de mensajeros moleculares. Estos mensajeros se ligan a los receptores específicos que abundan en la superficie de todas las células corporales.

Los péptidos forman una red psicosomática que se extiende por todo el organismo, interconectando células inmunológicas, glándulas y cerebro, integrando las actividades biológicas, emocionales y mentales. Todos los péptidos conocidos se producen en el cerebro y en otras partes del cuerpo. Este descubrimiento hizo declarar a Candace Pert: “no soy capaz de establecer una clara distinción entre el cerebro y el resto del cuerpo” (Pert, 1989).

Los péptidos son la manifestación bioquímica de las emociones. Los neurocientíficos empiezan a trabajar con la hipótesis de que cada péptido puede evocar un “tono” emocional. Todo el grupo de 60 o 70 péptidos podría constituir un lenguaje bioquímico universal para las emociones. Esto implicaría que todas las percepciones sensoriales, todos los pensamientos y todas las funciones corporales estarían teñidas por las emociones, puesto que en todas ellas intervienen los péptidos y el cerebro estaría expandido y presente en todo el cuerpo mediante los péptidos. (Capra, F. 2010: 291-294).

A finales del siglo XX y comienzos del XXI empezó la práctica de anteponer el prefijo “neuro” a los términos clásicos de cultura, filosofía, ética, sociología, psicología, economía, estética, arte, teología, etc. En muchos ambientes académicos la “neuroterminología”  fue rechazada como un “snobismo” injustificado, porque no añadía nada nuevo. Pero muchos neurocientíficos y pensadores consideran que el prefijo “neuro” no es un añadido caprichoso e inútil, sino una expresión acertada de la transfiguración que han experimentado las disciplinas tradicionales con las aportaciones novedosas de las neurociencias básicas. A continuación voy a intentar presentar las nuevas perspectivas que aportan las neurociencias básicas a determinadas disciplinas humanistas tradicionales, destacando las cuestiones problemáticas más relevantes que plantean, sin entrar en el debate de las mismas.

Neurofilosofía

Empecemos por la “neurofilosofía”. Probablemente fue Patricia S. Churchland la primera que introdujo el término “neurofilosofía” con sus dos libros: Neurophilosophy. Toward Unified Science of the Mind-Brain, (MIT Press, Cambridge, Massachusetts, 1990) y Brain-Vise. Studies in neurophilosophy  (Ibidem, 2002).

La “neurofilosofía” revisa todos los temas clásicos de la filosofía teniendo en cuenta las aportaciones de las neurociencias; la percepción, el aprendizaje, la memoria, la mente y la conciencia, la emoción, los sentimientos, la ética, la moralidad, la toma de decisiones, el yo, el libre albedrío, las concepciones religiosas y místicas y la teología.

La “neurofilosofía” puede tener dos perspectivas diferentes: una mira al pasado y trata de comprender el pensamiento de los filósofos pasados desde las neurociencias, haciendo una neurohistoria de la filosofía; otra mira al futuro buscando una nueva comprensión del mundo y del hombre.

Es comprensible que los ambientes académicos tradicionales y conservadores se pongan nerviosos y rechacen la cultura “neuro”, cuando lean en Brain-Wise de Patricia Churchland el siguiente pasaje: “El peso de la evidencia nos lleva a aceptar que es el cerebro, en vez de cualquier otra sustancia no física, lo que siente, piensa o decide. Esto quiere decir que no existe un alma que se enamore. Por supuesto que seguimos enamorándonos y que la pasión es tan real como lo fue siempre. La diferencia es que ahora entendemos que esos importantes sentimientos son sucesos que ocurren en el cerebro físico. Quiere ello decir que no hay un alma que tras la muerte, disfrute de la eternidad en un Paraíso maravilloso o se hunda miserablemente en el Infierno” (Mora, F. 2007:45).

Edgar Morin expresa este problema del siguiente modo: “Hay dos nociones, el cerebro y el espíritu, unidas en un nudo gordiano imposible de deshacer a cuyo alrededor giran las visiones del mundo, del hombre, del conocimiento, y que no puede cortarse más que con un golpe de espada bárbara.

En cierto sentido uno y otro son dos aspectos de lo mismo. Pero, al mismo tiempo, qué fosa ontológica, lógica, epistemológica entre el cerebro y el espíritu.

¡Qué tendrán que ver esos sesos gelatinosos con la idea, la religión, la filosofía, la bondad, la piedad, el amor, la poesía, la libertad! ¡Cómo puede esta masa blanda, tan asombrosa como el abdomen de la reina de las termitas, aovar sin parar discursos, meditaciones, conocimientos! ¿Cómo es que esta sustancia indolora nos produce el dolor? ¿Qué sabe este magma insensible de la infidelidad y la felicidad que nos da a conocer? E inversamente, ¿Qué sabe el espíritu del cerebro?. Espontáneamente  nada. El espíritu constituye una ceguera natural inaudita respecto de ese cerebro, sin el cual no tendría existencia…

Por sí mismo, el espíritu no sabe nada del cerebro que lo produce, el cual no sabe nada del espíritu que lo concibe. Se da a la vez un abismo ontológico y una mutua opacidad entre un órgano cerebral constituido por decenas de miles de millones de neuronas unidas por redes animadas por procesos eléctricos y químicos, por una parte, y por la otra, la Imagen, la Idea, el Pensamiento. Y, sin embargo, conocen juntos aunque sin conocerse. Su unidad es cognoscente, sin que tengan conocimiento de ello. Se les estudia independientemente el uno del otro, el primero en el seno de las ciencias biológicas, el segundo en el seno de las ciencias humanas. Psicociencias y neurociencias no se comunican, siendo que la cuestión principal, para unas y para otras, debiera ser la de su vínculo” (Morin, E., El Método 3, (2006): 79).

“La idea del cerebro ha sido efectivamente el producto de un largo trabajo del espíritu, pero el espíritu es el producto de una evolución del cerebro todavía más larga. La actividad del espíritu es una producción del cerebro, pero la concepción del cerebro es una producción del espíritu. El espíritu se nos muestra como una eflorescencia del cerebro, pero este se nos muestra como una representación del espíritu” (o.c. p.83).

“La inteligencia, el pensamiento, la consciencia son las actividades superiores del espíritu” (o.c. p.216) “La inteligencia, el pensamiento, la consciencia humanas son independientes y cada una supone y comporta a las demás; hay que intentar definirlas, pues, a la vez refiriendo unas a otras y distinguiendo los caracteres propios de cada una. De este modo, vamos a definir la inteligencia como arte estratégico, el pensamiento como arte dialógico y arte de la concepción, la consciencia como arte reflexivo, sabiendo que el pleno empleo de cada una necesita el pleno empleo de las demás” (0.c. p.193).

Neuroteología

                El término y el concepto de “neuroteología” se refieren al estudio de las bases cerebrales y evolutivas de todo aquello que conocemos como espiritualidad y experiencias religiosas. El término “neuroteología” no ha sido bien acogido por la comunidad científica y menos por la humanística.

Aunque no usen el término “neuroteología” se han dedicado muchos trabajos de neurociencia al estudio riguroso de los procesos cerebrales que se relacionan con la espiritualidad, la meditación, la mística y todos aquellos aspectos que engloban experiencias subjetivas tales como estados alterados de la conciencia, sean o no experiencias religiosas.

En la década de 1980, el Psicólogo Michael Persinger de la Universidad Lauterian de Canadá mostró que muchas personas consideradas normales pueden tener experiencias parecidas a las descritas en la literatura como místicas o extáticas, cuando se estimulan artificialmente los lóbulos temporales (Mora, F. , 2007: 59-61). Para ello Persinger diseñó un casco al que se incorporaron electroimanes convenientemente orientados para producir campos magnéticos convergentes que pudieran activar áreas del cerebro a través de estímulos muy puntuales y de corta duración.

Neuroética

                Adela Cortina narra así el nacimiento de la “neuroética”: “En mayo de 2002, concretamente los días 13 y 14 de ese mes, se celebra en San Francisco un Congreso bajo el rótulo “Neuroética: esbozando un mapa del terreno”, auspiciado por la Fundación Dana, preocupada por la investigación en neurociencias y editora de la revista Cerebrum. A él asisten más de ciento cincuenta  neurocientíficos, bioeticistas psiquiatras, psicólogos, filósofos, juristas, diseñadores de políticas públicas y periodistas. Un despliegue de este calibre quería mostrar bien a las claras que la neuroética es un saber interdisciplinar por esencia y que el objetivo del Congreso no sólo consistía en diseñar un mapa de una nueva disciplina, sino también el de presentar en sociedad una nueva forma de saber… La historia de la neuroética empezó en ese Congreso…” (Cortina, A., 2011: 25-26).

Más adelante Adela Cortina nos informa acerca del objetivo de su obra Neuroética y Neuropolítica: “ y éste es el nivel en el que vamos a situarnos, el de una neuroética construida entre éticos y neurocientíficos, que pretenden encontrar una respuesta a cuatro preguntas al menos: ¿Cuál es el fundamento de la moralidad y en qué medida conocer las bases cerebrales de nuestra conducta pueden ayudar a descifrarlo? ¿Es la democracia la mejor forma de gobierno posible, teniendo en cuenta esas bases cerebrales?  ¿Somos libres, al menos lo necesario, para que la vida moral, política, económica, científica y religiosa estén en nuestras manos? ¿Qué se sigue de todo ello para la educación formal e informal?

Ética universal, política democrática y libertad son tres claves ineludibles del mundo ético moderno”. (o.c. p. 50).

Más tarde concreta su propósito del siguiente modo: “Empezaremos, pues, por considerar si es verdad, como defiende un buen número de neurocientíficos, que las neurociencias  permiten fundamentar una ética universal. ¿Será verdad que las exigencias de justicia que plantea el mundo moral y el diseño de una comunidad política que se pretenda legítima puedan justificarse desde el estudio de los mecanismos cerebrales? ¿Será verdad que el proyecto de una justicia global y el de una democracia auténtica han quedado arraigados en nuestro cerebro a través de un proceso evolutivo de millones de años?” (o. c., p. 51).

La promesa de una ética universal basada en el cerebro ha impulsado a neurocientíficos, psicólogos evolutivos, sociólogos y filósofos a buscar las bases cerebrales de una ética universal a la que nadie quiere renunciar, teniendo en cuenta la aceptación del universalismo ético basado en el proyecto de los derechos humanos. El relativismo moral, aunque está muy extendido, es cada vez más insostenible en la teoría y en la práctica. El universalismo ético es la herencia de la modernidad, que aceptan todas las teorías éticas más relevantes: las utilitaristas, las intuicionistas y las kantianas. Nadie está dispuesto a reconocer en serio que tal vez él y los de su tribu o pueblo carecen de esos derechos.

Algunos neurocientíficos defienden que el camino para encontrar las bases de esa ética universal no es la religión ni la filosofía, sino la ciencia. Las neurociencias investigan las bases de la conducta humana económica, estética, filosófica, ética, política, religiosa y moral. Si se descubren algunos códigos acuñados por la evolución que expliquen nuestro modo de conocer y de actuar, esos códigos inscritos en el cerebro, órgano común de todos los seres humanos, permitirían fundamentar la ética universal.

Algunos neurocientíficos, como Michael Gazzaniga y Francisco Mora, pretenden descubrir en los códigos cerebrales los contenidos concretos de una ética universal mediante el método empírico. Otros, como Neil Levy y Marc Hauser, pretenden descubrir con sus métodos empíricos una estructura moral universal que se modula de manera diferente en las distintas culturas. Esa estructura sería algo similar a la competencia lingüística propuesta por Noam  Chomsky. Entender la ética universal con bases cerebrales como una gramática moral universal, que nos permite aprender y desarrollar todos los lenguajes morales, es decir, hablar los idiomas morales de las diferentes culturas, es mucho más acertado que pretender descubrir normas o principios con contenidos concretos.

La ética universal con base cerebral no ofrecerá, por tanto, contenidos morales concretos al modo de los instintos animales en sentido estricto, que son pautas de conducta para la supervivencia concretas, genéticamente determinadas, autosuficientes y eficaces, que se disparan automáticamente ante los estímulos adecuados. Sólo se podrá afirmar que se ha descubierto una estructura moral o competencia moral, que es común a todos los seres humanos, por tener bases cerebrales.

Gracias a las técnicas de neuroimagen ha sido posible comprobar que existe una vinculación entre ciertas áreas cerebrales y nuestros razonamientos morales. Esta sería la principal aportación de las neurociencias a la ética, que procede de los estudios de neuroimagen. Concretamente,  cuando nos ponemos a razonar para elegir la conducta moral correcta, se activan las siguientes áreas cerebrales: el Cortex frontal orbital, el giro frontal medial, el surco temporal superior (sede de las neuronas espejo que nos permiten leer otras mentes), la amígdala, el tallo cerebral y el sistema límbico (relacionados con las emociones morales positivas y negativas). Existe una vinculación entre las áreas cerebrales y nuestros razonamientos morales. Pertenecen, por tanto, a las bases cerebrales de la ética universal. En ellas reside nuestra competencia moral. Esas áreas juegan un papel clave en la evaluación de las situaciones morales.

Pero, ¿Podemos afirmar que esas áreas cerebrales causan  la formulación de los juicios morales o más bien que son una base imprescindible para formularlos? ¿Podemos afirmar que contienen pautas preprogramadas de conducta moral? La diferencia es abismal, porque es ineludible que haya bases cerebrales y sociales, sin las que sería imposible formular juicios. Pero eso no significa que los causen.

Muchos neurocientíficos reconocen que los seres humanos dependen de su entorno social más que de sus genes en la configuración de su cerebro. Por eso, ponen de relieve la suma plasticidad de éste. Concretamente nos informan de que el cerebro humano crece a ritmo fetal durante los primeros seis meses, después de nacer, y que el 70% de su crecimiento se realiza en interacción constante con el medio y con los demás seres humanos, como mecanismo de adaptación, de modo que los códigos inscritos en el cerebro pueden ser ampliamente modificados. No son,  pues, sólo las bases cerebrales las que determinan nuestra conducta, sino que también interviene un componente nacido en la relación social. Por eso, ante las aporías, algunos neurocientíficos acaban afirmando que es preciso adaptar los códigos ancestrales a las nuevas situaciones y que cada persona desarrollará su cerebro en interacción con el medio.

Llegamos así a la conclusión de que lo que pueden descubrir las neurociencias es la estructura moral de los seres humanos, que es necesario activar para establecer los contenidos concretos o normas de conducta de la ética universal y su aplicación a las situaciones concretas.

Las bases cerebrales se complementan con las razones morales, que son las que constituyen el fundamento de la obligatoriedad de una norma, de un valor, de un sentimiento o de una virtud. La obligatoriedad no depende de las preferencias personales o grupales. Para establecer esas razones, es necesario poner en juego lo que Edgar Morin llama las actividades superiores del espíritu: la inteligencia como arte estratégico, el pensamiento como arte dialógico y arte de la concepción y la consciencia como arte reflexivo (Morin, El Método 3, 2006: 193 y 216).

Conclusión: Es importante distinguir entre las bases de una ética universal, que serán, por supuesto, cerebrales, mentales y sociales y el fundamento de una ética universal. Las bases aportan la posibilidad de formular y realizar una ética universal. El fundamento ofrece razones válidas para establecer el carácter obligatorio de las normas, de los sentimientos, de las actitudes y de las virtudes que calificamos como morales. El fundamento es el acuerdo intersubjetivo, mancomunado y recíproco sobre el reconocimiento de la igual dignidad de todos los seres humanos, cualesquiera que sean sus circunstancias individuales.

Si las nuevas ciencias “neuro” son interdisciplinares o transdisciplinares por la colaboración de biólogos evolucionistas, biólogos moleculares, sociobiólogos, neurocientíficos de diversas especialidades, psicólogos evolutivos, filósofos y antropólogos, es obvio que los enfoques y perspectivas de la investigación sean múltiples por las diversas combinaciones de las opciones científicas en la biología filogenética y ontogénica, en la biología molecular, en la sociobiología, en las teorías filosóficas, éticas, jurídicas, políticas y antropológicas. En una presentación sintética de la neuroética, del neuroderecho y de la neuropolítica, no podemos entrar en un examen crítico de esos diversos enfoques y perspectivas. Por eso, he tomado la decisión, que me parece honestamente la más correcta intelectualmente, para ofrecer una primera aproximación a la problemática que abordan estas disciplinas. Como punto de partida expreso el eje de mi discurso en un conjunto de tesis.

De acuerdo con la decisión tomada, describo primero las conclusiones finales de mi discurso, en segundo lugar el punto de partida del método de investigación que me parece prometedor, en tercer lugar los pasos del proceso de investigación y, por último, las posibles aplicaciones prácticas.

1.- El cerebro humano está equipado con una gramática moral universal, consolidada en el proceso de filogénesis, similar a la gramática lingüística universal postulada  por Noam Schomsky. Es una estructura moral que consta de varios componentes que origina una competencia moral; es una caja de herramientas neurocerebral, que nos permite aprender todos los lenguajes morales, o dicho de otra manera, hablar el idioma moral de las diferentes culturas, y que nos capacita para construir y perfeccionar sistemas morales concretos.

2.- Los principales componentes neurocerebrales de la estructura moral que nos proporciona la competencia moral universal, descubiertos empíricamente mediante las técnicas de neuroimagen son los siguientes: el córtex frontal orbital, el giro frontal medial, el suro temporal superior (sede de las neuronas espejo que nos permiten leer e interpretar otras mentes), la amígdala, el tallo cerebral, la ínsula anterior, el núcleo caudado y el conjunto del sistema límbico. Las emociones morales positivas, los sentimientos reactivos ( de indignación, de dolor, de culpabilidad, de arrepentimiento), las actitudes reactivas y los razonamientos morales activan diferentes áreas cerebrales, cuya activación puede ser observada con las técnicas de neuroimagen a partir de experimentos bien diseñados.

3.- En los planteamientos de problemas morales, en los diálogos  intrasubjetivos  e intersubjetivos para buscar soluciones, en la elaboración de razonamientos y juicios morales la gramática moral interactúa con la gramática lingüística, activando simultáneamente las bases neuronales del lenguaje en el hemisferio izquierdo: área de Broca, área de Wernicke, plano temporal, circunvolución angular, área de la forma de las palabras y otras áreas de los lóbulos frontales, que son también bases de la inteligencia como arte estratégico, del pensamiento  como arte dialógico y arte de la concepción y de la consciencia como arte reflexivo.

4.- La competencia moral se puede describir como una capacidad reciprocadora para diseñar, construir y realizar sistemas de reciprocidades afectivas, sistemas de reciprocidades normativas morales, sistemas de reciprocidades normativas jurídicas, sistemas de reciprocidades normativas políticas y sistemas de reciprocidades normativas económicas.

5.- Hay otra línea de investigación: la de aquellos neurocientíficos que esperan encontrar en el cerebro humano códigos cerebrales que establezcan pautas concretas de conducta moral, algo equivalente a los instintos definidos en sentido estricto, normas morales concretas con contenidos bien definidos genéticamente programadas. Hasta ahora esas investigaciones no han encontrado indicios de semejante moral neurocerebral. Parece que el dogma de que la mente y la libertad no tienen existencia propia, sino que se reducen a mera actividad del cerebro y a pura ilusión, está en la base de esta búsqueda infructuosa. Así se explica que algunos consideran la libertad como un “fantasma”. Francisco Mora, Francisco J. Rubia y Adela Cortina informan de esta problemática en la bibliografía citada. En esa línea destacan autores como Hamilton, Wilson y Daukins. Después de dejar constancia de esta línea de investigación, cualitativamente diferente de la que yo prefiero, vuelvo al esquema prometido.

6.- Cuando se acepta la ley general de que la selección natural se explica por la competencia entre individuos y grupos mejor dotados y peor dotados para hacer frente a los retos de adaptación al medio, algunos hechos comprobados cuestionan esa ley general y constituyen una aporía para la teoría general de la evolución. Entre esos hechos destacan: el altruismo biológico, la regla de oro presente en todas las morales religiosas y seculares, la existencia de normas recíprocas, los sentimientos y actitudes reactivas como la indignación, el arrepentimiento, la culpabilidad. Algunos como Cela y Ayala (2001: 517-538) sostienen que el enigma del altruismo biológico pudo retrasar la aparición de El Origen de las especies.

La explicación de la paradoja del altruismo biológico que cuestiona la ley general de la selección natural por la competición ha sido el punto de partida de las investigaciones que han llevado al descubrimiento de la competencia moral como  capacidad reciprocadora.

7.- La explicación de la paradoja del altruismo biológico ha dado origen a dos posturas radicalmente diferentes: los que han intentado transformar el altruismo biológico en egoísmo genético (Hamilton, Daukins, Robert Trivers); los que han aceptado sin problemas la capacidad reciprocadora y consideran que la conducta reciprocadora hace posible la selección natural de grupos: cuando un grupo adquiere un conjunto mayor y más estable de normas morales recíprocas que sus vecinos vence en la competencia: de ahí la evolución selectiva (Hauser y Levy).

8.- El paso siguiente es investigar si realmente la capacidad reciprocadora es una característica de todos los seres humanos, si se reduce a un mero mecanismo adaptativo “interesado” por la supervivencia individual o por la supervivencia de grupo, que conviene obedecer para sobrevivir o si expresa una competencia moral universal. P. F. Strawson (1995) examina la cuestión a partir de los sentimientos reactivos y de las actitudes reactivas y concluye que expresan realmente actitudes morales universales. La capacidad reciprocadora es, por tanto, una competencia moral universal, que expresa la naturaleza moral del hombre, que es una estructura psicológica que nos prepara para reciprocar y cooperar.

9.- La capacidad neurocerebral reciprocadora se convierte así en la base evolutiva y neurocerebral del contractualismo occidental, que hasta ahora era más una hipótesis plausible y una intuición o corazonada  que una conclusión científica probada. Pero en la teoría del contrato social se pueden distinguir dos tradiciones: a) la que va de Hobbes, a Locke y Kant; b) La que va de Hume, a Rousseau y Kropotkin. La primera parte de un experimento mental: imaginemos que nos encontramos en un estado anterior al estado de derecho, un estado sin autoridad política y judicial: el “famoso estado de naturaleza”. La materia de este experimento mental la tomaron Hobbes y Locke de las luchas campesinas contra el feudalismo en su época. Imaginemos que decidimos sellar un contrato con las gentes de nuestra sociedad y entregar el poder a una autoridad para que nos defienda, ¿Qué incluiríamos en el contrato sellado para el mutuo beneficio? La segunda tradición parte de que nunca existió un contrato explícito, sino una serie de luchas y acuerdos parciales para superar las situaciones conflictivas y así, con avances y retrocesos, se fue configurando un contrato social. Las preguntas en este caso son: ¿Cómo surgió el deseo de hacer un contrato? ¿Cómo evolucionó el contrato social desde los cazadores-recolectores? ¿Cómo podría continuar evolucionando?. Mis preferencias van por la segunda tradición.

En el contexto de estas dos tradiciones contractualistas se fue configurando la lista de los derechos humanos y de las libertades fundamentales.

10.- De la existencia de sistemas de reciprocidades afectivas, de sistemas de normas morales recíprocas, de normas económicas recíprocas, podemos concluir que existe la capacidad neurocerebral reciprocadora, cuya existencia se puede demostrar mediante experimentos bien diseñados de técnicas de neuro-imagen. Pero eso no funda la obligatoriedad de las normas. Como decían los clásicos “de facto ad posse valet ilatio” (“Del hecho al “poder” vale la inferencia”), pero “del “ser” al “deber ser” no vale la inferencia”. El fundamento de la obligatoriedad es el acuerdo intersubjetivo, mancomunado y recíproco sobre el reconocimiento de la igual dignidad de todos los seres humanos, cualesquiera que sean sus circunstancias individuales. Por tanto, es necesario completar las bases neurocerebrales de la ética universal con razones extraídas de la igual dignidad de todos los seres humanos. Para establecer esas razones, el camino más prometedor es recurrir a las éticas racionales de la raíz Kantiana. Entre los autores que destacan podemos citar a Rawls, J. Habermas, Karl Otto Appel y, entre nosotros, Adela Cortina.

Conclusión final sobre neuroética: Tomando en serio la competencia cerebral reciprocadora universal y la igual dignidad de todos los seres humanos, el proyecto del universalismo ético postulado por los derechos humanos, que puede unificar la ética de la felicidad de origen Aristotélico con la ética del deber de origen Kantiano, la actualización y revilitación del contractualismo de la tradición rousseaniana y entrenando a los ciudadanos en la filosofía dialógica de  J. Habermans y de Karl O. Appel, podemos elaborar una “neuroética” universal, que constituya una base sólida para un sistema jurídico-político y democrático mundial y local y para un sistema económico democrático mundial y local y para avanzar en la democracia deliberativa.

“No vivimos en solitario, sino unidos por expectativas recíprocas, aún en el caso de aquellos con los que no hemos sellado ningún pacto. Aún sin contratos, esperamos unos de otros, atención, estima, aprecio y nos duelen y desalientan la exclusión, el abandono y la condena a la invisibilidad” (Adela Cortina, 2011: 146). Según Marco Jacoboni, “gracias a las neuronas espejo, estamos cableados para la empatía”. Cuando uno percibe el dolor de otros se movilizan automáticamente los mismos circuitos neuronales afectivos, que cuando uno siente su propio dolor, porque las áreas que contienen neuronas espejo también comunican con el sistema límbico o emocional y facilitan las conexiones con otros seres humanos”.

“Estos circuitos neuronales constituirían entonces la base del comportamiento empático, porque las neuronas espejo nos permitirían captar las mentes de los demás a través de la estimulación directa de los sentimientos. No somos, por tanto, individuos aislados, sino individuos en relación, la intersubjetividad biológica sería el punto de partida. La evolución habría seleccionado la empatía, ya que entenderse con los demás entraña ventajas para la persona” (Adela Cortina, 2011: 147).

Pero es necesario que la empatía no se convierta en manipulación mutua, sino en compromiso mutuo y que se extienda al reconocimiento recíproco de la igual dignidad de todos los seres humanos, que es el fundamento de una teoría de la justicia, que reconoce el derecho de cada ser humano a ser apreciado por sí mismo y su obligación de apreciar a todos los que forman el mundo humano, sean cercanos o lejanos.

Neuroderecho

                La competencia neurocerebral reciprocadora universal junto con el reconocimiento de la igual dignidad de todos los seres humanos, cualesquiera que sean sus circunstancias personales, junto con los demás elementos que hemos mencionado para elaborar una neuroética universal, nos pueden proporcionar igualmente una neurofilosofía universal del derecho.

La neurociencia busca entender e interpretar correctamente la conducta humana y, el derecho aplicado por los jueces y tribunales busca juzgarla, valorando la intencionalidad, la responsabilidad y la culpabilidad. Pero neurociencia y derecho pueden ayudarse mutuamente. La neurociencia puede refinar y perfeccionar las aportaciones tradicionales de la sociología, de la psicología y de la psiquiatría a la aplicación del derecho por jueces y tribunales, especialmente en el caso de establecer las responsabilidades de niños y adolescentes y de personas con síndromes y enfermedades mentales.

La neuropolítica

La neuroética tiene su prolongación en la “neuropolítica”. Pero con el término “neuropolítica” se alude a dos tipos radicalmente diferentes de investigaciones. Algunos neurocientíficos tratan de averiguar el funcionamiento del cerebro de los electores con vistas a ayudar a los partidos a ganar elecciones. Se trata de conocer las emociones de los electores para organizar las campañas electorales: escenarios, eslóganes, carteles, fiestas, discursos políticos para persuadirlos e incluso  manipularlos. Se trata de poner la neurociencia al servicio del marketing político. Pero no es éste el tema que nos interesa en este momento.

La “neuropolítica” en sentido profundo es la investigación de las bases cerebrales de la conducta política como prolongación de la conducta ética. La “neuropolítica” trata de responder a estas preguntas: ¿existen bases cerebrales que nos capaciten para distinguir y preferir las formas superiores de organización política? ¿Existen bases neurocerebrales para las sociedades democráticas abiertas y, especialmente, para las democracias deliberativas?

Si tomamos en serio todo lo que hemos dicho sobre la capacidad neurocerebral reciprocadora universal y sus posibilidades de desarrollo, la respuesta debe ser afirmativa. Las teorías del contrato parecen contener en germen la exigencia de convertir las sociedades en que se encarnan en sociedades democráticas.

Kant establecía la siguiente fórmula: A la hora de promulgar las leyes “el soberano no puede promulgar, si no las que el pueblo hubiera podido querer”. De forma que los ciudadanos debían ser en realidad no sólo destinatarios de las leyes, sino también sus autores. Por eso la fórmula del contrato social exige ser puesta en diálogo y que no sea el soberano quién promulga las leyes, sino los ciudadanos a través de sus representantes. Ésta sería una de las claves de la democracia deliberativa que actualmente se propone desde distintas perspectivas de filosofía política. Sólo la participación en las deliberaciones y la densidad de la deliberación en la sociedad civil puede convertir a los destinatarios de las leyes en sus autores, fomentando la iniciativa legislativa popular y el método de referéndum.

                La “neuropolítica”  pensada en serio apoyaría el contractualismo político y, prolongando esa línea, la democracia deliberativa como la forma más adecuada de organización política.

La neuroeconomia

                Partiendo de la competencia neurocerebral reciprocadora universal la organización del mundo económico-productivo debería optar por un modelo constitucional basado en pactos en los distintos niveles, organizando empresas inteligentes a la medida humana, en vez de mantener el actual sistema financiero-especulativo y el sistema económico productivo, despilfarrador, destructor de los recursos humanos y del medioambiente, que es un sistema económico suicida.

La neuroestética y el neuroarte

                Sobre este tema se puede encontrar una introducción interesante en Neurocultura de Francisco Mora. (Alianza, 2007).

3.- La transformación de la Psicología por las neurociencias.

                Las investigaciones actuales de las neurociencias están transformando profundamente con sus aportaciones los planteamientos, los enfoques, las perspectivas, los métodos de investigación y los resultados de la psicología general, tanto humana como animal de la psicología evolutiva, de las psicologías cognitivas, de la psicología social, del conductismo con la  investigación empírica de la caja negra de la conducta que tanto tiempo se resistió a esa investigación, del psicoanálisis, de la psicología de la forma, de la psicología humanista al estilo de Maslow, de la psicoterapia y de la psiquiatría.

Hoy, aquí y ahora, es imposible abordar esas transformaciones, que constituyen una revolución de todo el campo de la psicología. Lo único que es factible en esta ponencia es invitaros a los estudiantes de psicología a adentraros en el campo de las neurociencias, porque vuestra profesión futura, cualquiera que sea la orientación que escojáis, va a estar determinada por las aportaciones de las neurociencias: ya sea el campo educativo, tanto en la educación formal como en la educación informal, el campo social, el clínico o el industrial o si queréis especializaros como psicólogos clínicos, psiquiatras o psicoanalistas, o psicopedagogos o dedicaros a la investigación.

Si tenemos en cuenta las ciencias evolutivas y las neurociencias, todos los grandes temas que abordan la psicología general y sus diversas especialidades han sido ya transformados en su enfoque, en sus métodos de investigación y en sus resultados. La filogénesis y la ontogénesis de los seres humanos; los fundamentos biológicos de la conducta: la genética, la neurología, la endocrinología, la inmunología y lo que dijimos acerca de los péptidos y la neuroendocrino-inmunología; las bases cerebrales y sociales de la conducta, la concepción de la libertad y del libre albedrío: determinismo y libertad, responsabilidad, culpabilidad; la percepción y el conocimiento a través de los sistemas biopsicológicos cognitivos sensoriales de conocimiento: los cinco sentidos clásicos y de los potenciales biopsicológicos neurocerebrales de conocimiento: cinestésico-corporal, lógico-lingüístico, musical, autocognitivo o cenestésico-personal, heterocognitivo o empático interpersonal, espacial, ecológic- clasificador, lógico-numérico o lógico-matemático y pictórico; las memorias; la inteligencia, el pensamiento y la consciencia; el aprendizaje y sus diversas clases y concepciones; las emociones y las motivaciones; las dimensiones de la personalidad: dimensión corporal motórica o cinética, trófica, perceptiva y expresiva; dimensión cognitiva con sus potenciales biopsicológicos sensoriales y neurocerebrales de conocimiento; la dimensión emocional: emociones, afectos y sentimientos; dimensión desiderativa, proyectiva y autoproyectiva: apetitos, deseos, proyectos personales y sociales; dimensión sexual: el impulso sexual, sus manifestaciones y sus funciones; la igual dignidad de los sexos y sus diferencias; dimensión sociocreativa: creación de sistemas de reciprocidades normativas, morales, jurídicas, políticas, económicas, creación de grupos sociales, sociedades y regímenes políticos; dimensión técnico-productiva: desde el Homo Hábilis, al Homo Faber y al Homo  Technológicus actual; dimensión estética y artística; los síndromes de origen genético; los problemas de aprendizaje; los trastornos de la conducta; los problemas psicológicos; la psicoterapia, el psicoanálisis.

4.- La formación (autopoiésis) del psicólogo/a como ser humano.

Aunque la formación profesional es una dimensión importante de la formación de todo ser humano, he querido expresamente hacer una distinción entre la formación del psicólogo/a como ser humano y como profesional competente

Todas las profesiones, cuyas actividades inciden directamente sobre otros seres humanos, exigen un cultivo muy cuidadoso de la calidad humana de los profesionales. Es el caso de las médicos, de los educadores, de los jueces, de los psicólogos y de otras profesiones similares. La eficacia de la actividad profesional es mayor cuando el profesional con su sola presencia genera confianza, empatía, simpatía y respeto. Por eso, el psicólogo debe preocuparse por tener una formación integral que le capacite para establecer una relación cordial con cualquiera que acuda a él, aunque sea de una mentalidad o de una ideología diametralmente opuesta a la suya.

Para designar la formación como ser humano he escogido el término autopoiésis, que significa “autocreación”, porque entiendo que cada ser humano debe ser el protagonista de su propia educación y formación: se trata de aprender por sí mismo, de autoeducarse, de autodidactismo. El término autopoiésis fue elegido por los  biólogos Humberto Maturana y Francisco Varela, (Universidad de Santiago de Chile) en su obra De máquinas y de seres vivos. Autopoiésis. La organización de lo vivo (1972) para designar la autoorganización de los seres vivos en los procesos de ontogénesis. Hace aproximadamente dos décadas que me pareció un término excelente para sintetizar todo lo que se ha escrito sobre autoaprendizaje, autoeducación, autoformación, autodidactismo. Por eso decidí trasladarlo de la Biología a la Educación para designar la ontogénesis cultural del sujeto humano, basada en los procesos biopsicológicos evolutivos del mismo. Los principales aspectos de la autoformación o autopoiésis como seres humanos son los siguientes:

                Autopoiésis como sujeto personal: Se trata de buscar un desarrollo armónico y equilibrado de las principales dimensiones de la personalidad humana que hemos mencionado: dimensión corporal con sus diversos aspectos: cinética o motora, trófica, perceptiva y expresiva; dimensión cognitiva con sus diversos potenciales biopsicológicos sensoriales de conocimiento mencionados más arriba; dimensión emocional; dimensión desiderativa proyectiva y autoproyectiva; dimensión sexual; dimensión sociocreativa con sus diversas subdimensiones; dimensión técnico-productiva; dimensión estética y artística: artes ritmo-cinéticas, artes plásticas, artes literarias, artes escénicas, artes fotográficas y cinematográficas, artes audiovisuales, artes musicales.

                Autopoiésis como sujeto conocedor: desarrollo armónico y equilibrado de todos los potenciales biopsicológicos sensoriales y neurocerebrales mencionados más arriba; dotarse de un método autónomo de aprendizaje y de investigación; conocimiento interdisciplinar de los cuatro mundos a los que pertenecemos: el mundo de las personas, el mundo físico-natural y tecnológico, el mundo sociocultural y el mundo lingüístico-simbólico o semiótico.

                Autopoiésis como sujeto moral: como sujeto libre y autónomo que desarrolla su competencia reciprocadora y asume vitalmente el proyecto del universalismo ético basado en los derechos y libertades fundamentales, como un sistema de derechos y deberes recíprocos, capaz de generar sistemas de reciprocidades normativas morales, políticas y económicas, justas e igualitarias.

Autopoiésis como sujeto político o ciudadano del mundo solidario, crítico y comprometido.

                -Solidario: la ciudadanía política mundial supone la asunción personal y vital del proyecto del universalismo ético basado en los derechos y libertades fundamentales, que implica actitudes solidarias con todos los seres humanos conocidos o desconocidos, cercanos o lejanos.

Crítico y comprometido con la defensa del ecosistema planetario, la biosfera y la humanidad a través del compromiso local con el medio ambiente y del apoyo a los compromisos internacionales y a los cooperantes internacionales.

Crítico y comprometido con la metamorfosis democrática del sistema jurídico-político mundial y del propio país, presionando a los representantes políticos y a los gobiernos

                -Crítico y comprometido con la metamorfosis democrática del sistema financiero y económico-productivo mundial y local, para que todos los seres humanos puedan disfrutar de los bienes materiales indispensables para su desarrollo como personas y para vivir con dignidad. Esto supone conocer y apoyar las alternativas altermundistas que van en esa línea.

5.- La formación del psicólogo/a como profesional competente: las dimensiones relevantes de la profesión de psicólogo.

                El psicólogo puede orientar su profesión a la investigación científica en algunas de las especialidades de las ciencias psicológicas como psicología fisiológica, psicología evolutiva, psicología de la personalidad, psicología de la motivación, psicología social. psicología educativa, psicología clínica.

También puede orientar su profesión hacia la aplicación de los conocimientos científicos como psicopedagogo, como psicólogo social, como psicólogo industrial o como psicólogo clínico que se dedica a la terapia  con técnicas y métodos puramente psicológicos a la terapia de trastornos emocionales o de comportamiento, enfermedades mentales, síndromes e inadaptación social.

Dimensión científica: Cada una de estas especialidades exige además de una formación científica amplia, una especialización en el campo concreto. Actualmente y en futuro, cualquiera que sea el campo profesional que elija el psicólogo/a, su formación científica debe abarcar una iniciación a las neurociencias básicas y a las neurociencias más afines a su campo profesional.

Dimensión empática: el psicólogo/a que elige un campo concreto de aplicación a la ciencia psicológica, debe lograr un alto grado de desarrollo de la dimensión empática, ya sea clínico, psicopedagogo, pedagogo social o pedagogo industrial.

Dimensión tecnológica: en cualquiera de los campos profesionales que elija debe mantener siempre su actualización científica y en técnicas y métodos profesionales.

Dimensión pedagógica: el psicólogo/a aunque no sea profesionalmente un psicopedagogo, debe tener una formación pedagógica para el tratamiento correcto de sus clientes.

Dimensión deontológica: cada uno de los campos profesionales exige una formación deontológica específica.

 

José Domínguez          

Málaga, 24 de Abril, 2013

 

ANEXO:   NEUROCIENCIA Y TÉCNICAS DE NEUROIMAGEN.

Neurociencia: Estudio del desarrollo, estructura y función del cerebro, de la mente y de la    conducta. Incluye la patología y la farmacología del sistema nervioso.

Neuroanatomía: Estudio de la estructura y morfología del sistema nervioso.

Neurobiología: Estudio desde una perspectiva multidisciplinar de la anatomía (estructura), fisiología (función) y bioquímica del sistema nervioso.

Neuroimágenes: Técnicas utilizadas para medir actividad en el cerebro vivo, entre las que se encuentran: EEG,  EMT, MEG, RMF, RMN y TEP.

Electroencefalografía: (EEG): Técnica de neuroimágenes utilizada para medir actividad eléctrica de neuronas a través del cuero cabelludo. Registro de potencial eléctrico entre dos electrodos (registro bipolar) o entre un electrodo y otro indiferente (registro monopolar). La actividad registrada refleja esencialmente la actividad postsináptica de las neuronas de las capas más superficiales de la corteza.

Estimulación magnética transcraneana (EMT): Estimulación de regiones cerebrales a través  de la parte externa del cráneo mediante impulsos magnéticos. Esto origina un trastorno temporal de la región afectada, por lo que puede revelarnos algo sobre el papel de la región cerebral que resulta estimulada durante una tarea concreta.

Magnetoencefalografía  (MEG): Técnica de Neuroimágenes utilizada para medir la actividad magnética de neuronas a través del cuero cabelludo. Se basa en el registro dinámico de los campos magnéticos débiles que se generan por los movimientos de cargas eléctricas cerebrales que pueden ser registrados. Es un método complementario a la EEG, que tiene la ventaja de que dichos campos magnéticos no son filtrados por el cráneo tan potentemente como las ondas de los registros encefalográficos

Resonancia magnética funcional  (RMF): Técnica de neuroimágenes utilizada para medir los niveles de oxígeno en la sangre en el cerebro vivo. Una de las propiedades magnéticas de la desoxihemoglobina endógena como marcador.

Resonancia magnética nuclear  (RMN): Método no invasivo que permite el diagnóstico de procesos cerebrales anormales. Se basa en la capacidad de ciertos átomos como el hidrógeno y el fósforo para comportarse como magnetos.

Tomografía por emisión de positrones (TEP): Técnica de neuroimágenes que mide el flujo sanguíneo en el cerebro. Utiliza radioisótopos de átomos que emiten positrones. La colisión de estos positrones con los electrones de carga negativa produce emisión de rayos gamma que mide y analiza un sistema computadorizado.

 

 

 

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